lunes, 21 de enero de 2008

¿Verano o Soledad?



A cientos de kilómetros de mi ciudad natal, respirando un aire húmedo y caluroso, con los dedos pegotes y con los oídos calzados de auriculares a través de los cuales escucho I started a joke de Faith No More, no termino de convencerme de que también nací en estas tierras al otro lado de la frontera. Estoy en Arica donde también está un pedazo de mi infancia.

Volví, como cada verano, con la idea de recargar de entusiasmo las baterías casi agotadas por los avatares a lo largo del año. Sin embargo, ya instalado me doy cuenta de que no me basta con cambiar de aire, con reenconrarme con el oleaje hipnotizante del pacífico. El entusiasmo llega, pero súbitamente me abandona, la tranquilidad ciertamente tampoco se transforma en mi sombra. La paz interior se hace intermitente y sólo me queda el deseo de prolongar su permanencia para desvanecer la vacuidad que me asalta.

Encuentro bocanadas de aire musical en esta parpadeante tranquilidad, pero siempre debo salir a la superficie. No me abastecen con suficiencia ni los libros escogidos que traje conmigo, ni las cálidas noches de sueño apacible, ni el sonido del mar o el cantar de los cuculís. Tampoco me dan largo respiro las caminatas por el centro, los voluminosos periódicos o los shows televisivos.

Es como si me hubiese transformado en un joystick humano con los ejes descalibrados, imposibilitado de hallar mi centro, tembloroso, descoordinado. ¿La causa? Sí, creo saber la causa. Después de todo, vaya a donde vaya o me lleven a donde me lleven no dejaré de ser un lobo estepario. ¡Cómo haberlo olvidado! Al empacar mis exiguos objetos de viaje olvidé traer las pertenencias de mis alter-ego. Se me olvidó empacar el silencio, la soledad, la entrañable melancolía que hace más dulce la alegría.

Entonces me pregunto si lo que en verdad necesitaba para renovar el espíritu era ¿Verano o Soledad? Responder es definitivamente una perogrullada, pero aquí va. Soledad. Siempre Soledad. La irreductible, inobjetable, leal y confiable Soledad. ¿Cómo se me pudo olvidar?